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Retinosis pigmentaria: qué es, tipos y tratamientos

¿Sabes lo que es la retinosis pigmentaria? Diagnosticada por primera vez a finales del siglo XIX, es la causa más frecuente de degeneración hereditaria de la retina. Durante las últimas décadas, ha habido grandes avances en el conocimiento de los diferentes factores que afectan a su aparición y desarrollo, aunque todavía hay mucho camino por recorrer.

Se trata de una enfermedad relativamente habitual, presente en uno de cada 2.000 nacimientos en España, lo cual implica que existen en nuestro país más de 15.000 afectados y más de 60.000 portadores de mutaciones con potencial para causar la enfermedad.

La retinosis pigmentaria engloba a un grupo heterogéneo de enfermedades genéticas que afectan de forma primaria a bastones y conos y al epitelio pigmentario de la retina y producen la degeneración y pérdida de dichos fotoreceptores. Los bastones, las células que se utilizan para la visión nocturna y que son más abundantes en la retina periférica, son los primeros afectados, por lo que los síntomas iniciales de la enfermedad son la ceguera nocturna, la mala adaptación luz-oscuridad y la pérdida progresiva de campo visual que en fases finales de la enfermedad termina siendo tubular o en cañón de escopeta.

A medida que avanza la enfermedad se pueden ver afectados también los conos, que son las células que se utilizan para la visión diurna, cuando la intensidad de luz es más alta y con las que vemos en color, ya que contienen pigmentos visuales. Dichas células son menos abundantes en la retina periférica y va aumentado su concentración a medida que nos acercamos a la parte central de la retina (mácula), donde solamente hay conos. Por eso, en esta fase de la enfermedad se puede ver afectada la agudeza visual, y la visión de los colores.

La retinosis pigmentaria surge de manera silenciosa y lenta y en muchas ocasiones se tarda en acudir al oftalmólogo varios años desde que se inician los primeros síntomas de ceguera nocturna.

La edad de aparición es clave y muy variada, y aunque se da a menudo entre los 25 y los 40 años, en numerosas ocasiones se diagnostica ya en la infancia y, con menor frecuencia, la enfermedad comienza a mostrar sus síntomas pasados los 50 años.

La genética de la RP es muy compleja y el abordaje del diagnóstico genético resulta muy complicado debido al elevado número de genes implicados y a la gran heterogeneidad en sus manifestaciones, que dependen en ocasiones del ambiente en el que se desarrolle y vive el paciente.

Según el modelo de herencia mendeliano, se presentan cuatro grupos:

1. Patrón Autosómico Dominante (ADRP): son los casos en los que la enfermedad la padece uno de los progenitores y alguno de sus hijos. Afecta a entre el 6% y 15% de los casos de RP.

2. Patrón Autosómico Recesivo (ARRP): en este caso, los progenitores no padecen la enfermedad pero ambos transmiten el gen anormal, que al coincidir en el hijo hacen que éste desarrolle la enfermedad. Suponen entre el 22% y el 26% de los casos de RP. Es la forma hereditaria más frecuente sin tener en cuenta los casos esporádicos.

La consanguineidad es predominante en este grupo.

3. Patrón Ligado al cromosoma X (XLRP): son los casos en los que la enfermedad es transmitida por la madre, pero solo la padecen los hijos varones. Suponen entre 1% y el 10% de los casos de RP.

4. Patrón de RP simple (casos esporádicos): son aquellos casos en los que el afectado es el primero de su familia en padecer la enfermedad. Estos suponen entre el 43% y el 56% de los casos.

Además, hay otras formas de RP menos frecuentes que presentan características clínicas diferentes, como distrofia macular en estadios iniciales. Es importante señalar también que existe una gran heterogeneidad entre familias con el mismo patrón de herencia e, incluso, dentro de la misma familia.

Si bien se han correlacionado diferentes mutaciones con diferentes fenotipos, sigue siendo difícil explicar cómo las mutaciones específicas pueden causar la gran variedad de fenotipos. Varios estudios moleculares sobre diversas mutaciones en familias sugieren que otros factores genéticos o ambientales puedan modular el fenotipo; es decir, que un gen pueda modular a otro gen o que factores ambientales sean responsables de la expresión de la mutación primaria.

En cualquier caso, es fundamental la realización de un estudio genético que permita analizar el mayor número de genes posible implicados en esta patología, pues en ocasiones se llega a un diagnóstico asociado a fenotipos de ceguera hereditaria sindrómica en los que esta viene acompañada de síntomas no oftalmológicos que afectan a otros órganos y funciones vitales y que pueden surgir antes o después de la pérdida de visión.

De esta forma, si se conoce la mutación genética, se puede mejorar significativamente el manejo clínico de los pacientes analizados y proporcionar información con valor pronóstico, revelar síndromes ocultos y, en ocasiones, identificar opciones terapéuticas personalizadas, así como el consejo genético de cara a la descendencia.

Aunque actualmente no existe un tratamiento médico ni quirúrgico para esta enfermedad, existen muchas líneas de investigación abiertas para futuros posibles tratamientos. En cualquier caso, está comprobado que ciertos tratamientos vitamínicos y nutricionales y una dieta rica en omega 3 pueden retrasar los efectos de ciertos mecanismos que aceleran la enfermedad. Por ejemplo, la luteína y vitaminas antioxidantes tienen un efecto protector sobre la mácula, lo que retrasa la pérdida de agudeza visual.

Además, los hábitos tóxicos, como el tabaco o el alcohol, así como el estrés, la ansiedad o la depresión podrían acelerar la enfermedad, aunque no existen estudios concluyentes al respecto. Asimismo, la adaptación de filtros polarizados mejoraría la calidad visual del paciente al mejorar la sensibilidad al contraste, favorecer la adaptación de la luz a la oscuridad y proteger a la mácula.

En estos momentos, los principales avances para el tratamiento de la enfermedad se basan en la terapia génica, sobre la que existen más de 30 ensayos clínicos abiertos y aplicados ya en pacientes con determinadas mutaciones. De esta forma, se abre un futuro esperanzador para los pacientes que sufren esta compleja patología